28.10.10

PERFUME DE GATITO

Llegué a Schiphol (aeropuerto de Amsterdam) el 6 de octubre a las 18.40, hora local. Bajé del segundo avión todavía con algo de stress que los tiempos del transbordo habíanme dejado.

El primer vuelo tuvo como destino Barajas (Madrid), unos quince minutos pasados del tiempo estimado. El retraso tuvo como consecuencia una corrida por el ominoso aeropuerto; Como pueden imaginar, mi equipaje de mano estaba al límite de los diez kilos (si es que no los superaba) es decir, contaba con: teclado de computadora, computadora portátil, mouse, transformador, libro, cuaderno, super cartuchera (para ese momento sin cutter ni tijera), cámara digital pocket, cámara digital reflex, lente teleobjetivo, chancho de cerámica alcancía, papeles, documentos, fotos, kit de aseo personal, celular sin señal, anteojos, estuches...en conclusión, una mochila obesa y un bolso de mano que abollaba el hombro. Pasé los controles con gloria y con pena, fui obligada a quitarme los borceguíes y temí y sentí ridícula la respuesta a la pregunta: "¿Que lleva en el bolso?". Ni yo misma lo sabía y el avión despegaba en 10 minutos. Para colmo de retrasos una familia musulmana que me antecedía en la fila, llevaba consigo presentes comestibles y cantidad de botellas de agua. El tiempo cada vez era más corto. Finalmente me liberaron sin muchas más preguntas y llegué a embarcar, muerta de calor y arrastrando al elefante de mano. Cuando subí al avión (con el mismo envión con el que venía corriendo por los pasillos) me encontré de pronto con un montón de pares de ojos azules que me miraban, y ahí pensé: "Claro, este avión me lleva al país de Simón". Tomé asiento de la manera más cautelosa posible e intentando disimular al elefante. "Uf!", respiré, hasta que unos segundos después una de las azafatas se me acercó y preguntó:

- ¿Usted tiene un animalito que viaja en la bodega?
"Chau", pensé, Bardo quedó en Buenos Aires.
- Si (respondo).
- Ah, pues, es que se ha roto la calefacción de la bodega y quizá crea que pueda llevarlo con usted.
- ¡Claro! (respondí con alegría).

Y la alegría duró lo que duran los cincuenta pasos desde la puerta de un avión pequeño hasta la fila veinticinco. Tan pronto la jaula se acercaba yo iba divisando: gatito, gatito con almohadón más oscuro que antes, gatito y pelotita negra. Conclusión: gatito se hizo pichina y popo, si gatito huele mal, ¿dónde nos escontemos?. Gracias a que las compañías aéreas aún intentan complacer a los pasajeros, el equipo de azafatas me cambió de asiento con Bardo y solo yo disfruté del "perfume de gatito". De todas formas existe algo curioso, en los aviones las cosas no huelen. Apenas el avión despega, de alguna manera, se comprimen los sentidos y solo se sienten los olores si se está muy cerca (de la jaulita...).

¡Finalmente llegamos a Amsterdam!. El viaje fue largo y Bardo tenía tantas ganas de ducharse que casi deja de ser gato por eso. Fui al baño del aeropuerto, una mujer de piel blanca asistía a su hija, una niña de piel negra. Me ocupé de mi presencia, en minutos más el gran momento tan esperado acontecería. Dentro de Schiphol también hay un largo trayecto por recorrer hasta dar con el equipaje. Mochileros, viajantes de negocios, hombres y mujeres de 1.80 mts., first class, me, the jail, la mochila envuelta en film, una caja y dos alfombras, el elefante de mano, un tapado de paño, un sweatter de lana, la cinta que da vueltas, ¿dónde hay un carro?, la aduana, dos puerta se abren, un chico me sonríe, me saluda con la mano y viene hacia mi con los brazos abiertos. Me besa. Había llegado.

Aviones y aeropuertos, horas que están sostenidas en espacios sin tiempo, no lugares. El aire, el sonido de la lluvia, el tránsito, reconstruyen lo decontruído. Tierra firme. Todo vuelve a comenzar.







MISCELANEA...






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