29.1.14

VEO-VEO


En la semana 4, Lioba pone atención en lo que ve. Se nota que su mirada alcanza mayor distancia que antes y ahora también sigue el movimiento de, por ejemplo, su movil de animalitos. Además se divierte viendo como se mueve la boca cuando hablamos y le gusta mirar por la ventana.

23.1.14

YA ME SONRIO

Desde esta semana, la quinta en la vida.

Así la encontré cuando volví a la habitación...



8.1.14

LIOBA, SU NACIMIENTO






La madrugada del 15 de diciembre, como cada madrugada en los últimos nueve meses, a las 5 de la mañana, abrí los ojos en la oscuridad y pensé “tengo que ir al baño, pero siento que hay algo diferente”. A las 5 y 5 tuve la primer contracción, eso que todas las madres dicen que sintieron y que, embarazada, una se pregunta cómo será y si verdaderamente será tan intenso como dicen. En lo personal, lo sentí como un dolor similar a un intenso calambre que me subía por las piernas me bordeaba la cintura y finalizaba en el vientre. Así cada diez minutos, luego cada cinco, con una duración aproximada de un minuto. Es increíble pero, por reloj, los tiempos se mantienen en un ritmo constante. Al cumplirse el minuto cinco ya empezaba a sentir que la próxima contracción venía, como una ola que viene del fondo del mar, crece, en su momento más alto “rompe” y luego desciende hasta desaparecer en la orilla. Esta imagen de la ola la tomé prestada del libro “Parto seguro” de Beatrijs Smulders y Mariël Croon, y me acompañó para atravesar el dolor de las contracciones, sabiendo que hay un pico que luego baja, que el dolor aumenta, tiene su momento de máxima intensidad pero luego desaparece. Durante los seis meses que tomé clases de yoga para embarazadas pensé, en cada clase, que en el momento del parto iba a poder implementar poco o nada de lo que estaba aprendiendo. Pero, para mi sorpresa, debido a que una es consciente de lo que le está pasando y cómo está respondiendo ante la reacción del cuerpo, es posible implementar una respiración adecuada, dirigir la fuerza y el aire a dónde deben ir y hasta autocorregirse.

A las 7:15 llamamos a la obstetra. El seguimiento de todo el embarazo lo tuvimos en un consultorio de cuatro obstetras. Con turnos rotativos, a los nueve meses ya podíamos conocer algo a cada una y yo sentirme segura en sus manos al momento del parto. De todas maneras, con quién más empatía tuve fue, por fortuna, quién tenía la guardia la noche del 15 de diciembre, Natalie. A las 7:30 Natalie tocó la puerta y luego de controlarme a mi y al corazón del bebé (digo bebé porque no sabíamos si era un nene  o una nena), me anunció que estábamos muy cerca de empezar el parto. Nuevamente me preguntó si quería tener a mi hija en casa o en el hospital, “en casa” dije. A las 8:45 empezó el parto, y luego de un absoluto esfuerzo de parte del bebé, mía, acompañados amorosamente por Simón y con el apoyo armónico y profesional de Natalie, a las 10:00 partimos para el hospital. El bebé estaba muy arriba y la obstetra consideró que tal vez era necesario recibir oxitocina para hacer contracciones más intensas y así pujar más fuerte. Subimos al auto, Natalie y yo adelante y Simón atrás. Selma, la enfermera de maternidad, se quedó en casa acomodando todo para la vuelta de la nueva familia. Del viaje tengo flashes, los vecinos de al lado que salieron a ver, yo con zapatillas de Simón porque tenía los empeines tan hinchados que ningún calzado propio me entraba, la autopista vacía, domingo a la mañana y un montón de contracciones fuertes una tras otra que hicieron que finalmente no fuera necesario recibir intravenosas. Una vez afuera, las médicas supieron que la razón por la cual Lioba no bajaba suficiente era que tenía su bracito junto a la oreja, como hablando por teléfono.

Llegamos en veinte minutos al hospital de Utrecht, otros flashes es un hombre sosteniendo la puerta del ascensor para que pasáramos primero y su mujer con su recién nacido en brazos. A las 10:30 me recosté en la cama de una habitación luminosa, con una gran ventana de donde se veían los árboles deshojados por el invierno, con mi remera amarilla, Simón a mi derecha y Natalie a mi izquierda hablando con dos mujeres de guardapolvo blanco; ambas médicas se presentaron, me sonrieron y me dieron la mano y la mayor de las dos, mascando chicle, me preguntó en que idioma hablaba. Le dije “holandés” pero se ve que ella quería hablar en inglés. “Está bien, es igual”, pensé, pero yo solo podía hablar en holandés o en castellano con Simón, así que era una mezcla de palabras e idiomas que daban vuelta por la habitación. “Pero que onda el chicle” pensaba yo “cómo me va a atender mascando chicle. Yo estoy por parir y ella come chicle, ¡que bizarro!” Finalmente resultó que el chicle, como suele ser, no era más que un elemento de cancherismo porque la Doctora tenía una decisión y autoridad para ordenarme qué, cómo y cuando hacerlo que a las 10:44, 14 minutos después de presentarse, me estaba dando a Lioba en las manos y de esa manera la Doc ya podía volver a sentarse a tomar otro café y charlar con las colegas. 







Es intensa la mezcla de emociones que se sienten al ver salir a tu bebé de vos, al mirarte a los ojos con tu pareja, al sentir el peso de tu hijo sobre tu vientre, su olor, su piel, verle los deditos, oir su llanto, ver sus uñas y su pelo largo, sentir el cordón que hasta ese momento y ya nunca más te conectó a él o a ella, darle por primera vez el pecho. Apenas salió Lioba, luego de un pujo final que se hizo esperar, sintiendo toda su dimensión dentro y fuera de mi, la cubrieron de mantas y un gorrito y me la entregaron. Ahí pregunté “es nena o nene”, “no miré” me dijo la Doc del chicle, y ahí nomás le quitó en medio segundo las mantas y se las volvió a poner y me dijo “es una nena, claro, tiene gorrito rosa”; la enfermera, atenta a tiempo, había agarrado a vuelo de águila el color de gorrito correspondiente. “Una nena” fue emocionante, ahí fue, es Lioba y no podía ser otro nombre ni otro bebé. 


Asistido por la médica, Simón fue invitado a cortar el cordón. La tenía sobre mi y ya no dentro, nos podíamos abrazar, después de tan larga espera. Así me la dejaron por largo rato, directamente recién nacida. Luego la sostuvo el papá, a quién las enfermeras sugirieron quitarse la remera para tener un contacto piel con piel. Así empezó nuestra vida de familia. Mucho más tarde la pesaron (3834 gramos) y la vistieron, no la bañaron ni la midieron, ni le cortaron el pelo, ni le perforaron las orejas, ni nada más que no fuera estrictamente necesario, en conclusión, darle de mamar y vestirla.







Unas horas más tarde comimos en el hospital, esa comida tan de hospital, donde solo el postre es rico. Tras la cena y una ducha para mi, nos fuimos para casa. A las ocho de la noche estábamos en casa, con la cama con sábanas limpias y nuevas, curiosamente un juego con alegres colores rojos y anaranjados  que no habíamos estrenado aún y que Selma por si misma supo elegir del placard. Así empezó la noche y fue concluyendo el mágico día… la primer noche y el primer día con Lioba entre nosotros.